Mateo 6:32-33

Mateo 6:32-33

jueves, 6 de marzo de 2014

Recuperando la feminidad bíblica

"Recuperando la feminidad bíblica" — Por Nancy Leigh DeMoss
En el año 1990 la revista Time le dedicó una edición especial completa al tema de la mujer. La edición especial de ochenta y cuatro páginas presentaba una crónica de la revolución feminista de la generación pasada. Incluía artículos sobre avances revolucionarios tales como “el camino hacia la igualdad”, la psicología de crecer como mujer, los roles cambiantes de la mujer en el mercado de trabajo, la mujer como consumidora, perspectivas de cambio sobre el matrimonio y la familia, y los obstáculos que enfrentan las mujeres que aspiran carreras políticas.
En una sección se incluían los perfiles de “10 mujeres de temple” que habían combinado “talento y empuje” para ser “exitosas” en sus carreras, desde una que era jefe de la policía hasta una artista del rap.
Brilló por su ausencia en toda la edición el reconocimiento a mujeres que han tenido éxito en formas que no están relacionadas con carreras o profesiones, mujeres que han permanecido casadas exitosamente al mismo hombre o que han tenido éxito en criar hijos que están haciendo una contribución positiva a la sociedad.
Tampoco es sorpresa que no se le echaran flores o elogios a ninguna mujer por ser reverente y moderada, o modesta y casta, o gentil y callada; por amar a su esposo e hijos, por mantener una casa limpia y bien ordenada, por cuidar de sus padres ancianos, por proveer hospitalidad, por actos de bondad, servicio y misericordia, o por demostrar compasión por los pobres y necesitados; el tipo de éxito que, conforme a la Palabra de Dios, es al que las mujeres deben aspirar (1 Ti. 5:10; Tit. 2:3-5).
Me chocó el hecho de que aunque la cobertura de la revista Time presentara mujeres en diferentes roles y escenarios, hubo muy pocas referencias al hogar. Las lectoras que han escogido una carrera como “ama de casa” fácilmente pudieron haberse sentido conmocionadas por el solitario artículo sobre las “esposas” insertado en una columna lateral, titulado “Precaución: Trabajo Peligroso”, y con el subtítulo de: “¿En busca de una seguridad económica que le dure toda la vida? No invierta en ser ama de casa”.
Parece ser que la identidad y el valor de la mujer han llegado a corresponderse con su papel en la comunidad o en el mercado. Así es como generalmente se define, se mide y se experimenta su “valor”. En contraste, se asigna relativamente poca prioridad o valor a su rol en el hogar.
El fruto de la revolución
La revolución feminista estaba supuesta a llevar a la mujer a una mayor realización y libertad. Pero no puedo dejar de verme embargada por un sentido de tristeza cuando veo lo que ha sido sacrificado en medio de esta conmoción: la belleza, la maravilla y el tesoro que son el carácter, el llamado y la misión que caracterizan a la mujer.
No debe sorprendernos que el mundo secular esté confundido y equivocado respecto a la identidad y el llamado de la mujer. Pero lo que encuentro preocupante es el grado hasta el cual la revolución descrita más arriba se ha arraigado aun dentro del mundo evangélico.
Vemos el fruto de la revolución cuando conferencistas, autores y líderes cristianos promocionan, ya sea sutil o abiertamente, el propósito de incentivar a la mujer a definir y descubrir su valor en el mercado, en la sociedad o en la iglesia, mientras se minimiza (o hasta en detrimento de) sus roles distintivos en el hogar como hijas, hermanas, esposas y madres, como portadoras y fomentadoras de vida, como cuidadoras, como las que tienen el privilegio y la responsabilidad de formar el corazón y el carácter de la próxima generación.
Vemos el fruto de la revolución en los ojos y el clamor de mujeres que se están ahogando en el atolladero del divorcio en serie, nuevas nupcias e hijos rebeldes; mujeres completamente exhaustas por las exigencias de tratar de hacer malabares con uno o más trabajos, con su función como madres solteras y ser activas en la iglesia; mujeres que están desorientadas y confundidas, que carecen de un sentido de misión, visión y propósito para sus vidas y que están perpetuamente rodeadas de dolor, falta de confianza en sí mismas, resentimiento y culpabilidad.
Sí, la revolución ha llegado a la iglesia. Y cuando sacamos cuenta de las ganancias y pérdidas, no hay duda en mi mente de que las mujeres han sido las perdedoras, así como sus esposos, hijos y nietos, toda la iglesia juntamente con nuestra cultura perdida e incrédula.
Un llamado contrarrevolucionario
Hace algunos años empezó a despertarse en mi corazón un sentido fresco de misión. Desde ese tiempo, el sentido de pesimismo y desesperanza de ser tragada por la revolución ha sido sustituido por esperanza y entusiasmo.
Un estudio sobre el desarrollo del feminismo moderno (el feminismo en sí tuvo su origen en el Jardín del Edén) me impactó con el hecho de que esta revolución masiva no empezó como una revolución masiva.
Empezó en los corazones de un puñado relativamente pequeño de mujeres con un propósito, mujeres con esfuerzos determinados e intencionales.
Mientras consideraba el crecimiento del feminismo moderno, empecé a preguntarme lo que pudiera suceder en nuestros días si apenas un pequeño número de mujeres devotas e intencionales empezaran a orar y a creerle a Dios por una revolución diferente, una contrarrevolución, dentro del mundo evangélico.
¿Qué sucedería si hubiera un “remanente” de mujeres que estuvieran dispuestas a volver a la autoridad de la Palabra de Dios, a abrazar las prioridades y el propósito de Dios para sus vidas y hogares, y vivir la belleza y la maravilla de la femineidad como Dios la creó?
A diferencia de la mayoría de las revoluciones, esta contrarrevolución no exige que marchemos en las calles ni que enviemos cartas al Congreso o nos unamos a una organización más. No nos exige que salgamos de nuestras casas, de hecho, para muchas mujeres es un llamado a que regresen a sus hogares. Sólo exige que nos humillemos, que aprendamos, afirmemos y vivamos el patrón bíblico de la femineidad, y que enseñemos los caminos de Dios a la próxima generación. Es una revolución que tendrá lugar en nuestras rodillas.
Quiero invitarlas a formar parte de esta contrarrevolución, librada no con las armas de la ira, el descontento, la rebelión y el rencor, sino con la humildad, la obediencia, el amor y la oración, creyendo que en el tiempo de Dios los cambios producidos serán más profundos y de un orden superior que cualquiera de los cambios masivos sociopolíticos que nuestro mundo ha vivido en esta generación.