No Conozco Nada Del Amor Del Calvario
Por Amy Carmichael
Por Amy Carmichael
«Para que habite Cristo por medio de la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados...en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que sobrepasa a todo conocimiento, para que seáis llenados hasta toda la plenitud de Dios» (Ef. 3:17-19). Estas palabras son demasiado excelsas para nosotros. ¿Qué conocemos del amor del Calvario?
Si puedo criticar fácilmente los defectos y pecados de cualquier persona; si puedo hablar con ligereza incluso de las faltas de un niño, entonces no conozco nada del amor del Calvario.
Si puedo disfrutar un chiste que se hace a expensas de otro; si puedo, en cualquier forma, despreciar a alguien en una conversación, o aun en mi pensamiento, entonces no conozco nada del amor del Calvario.
Si puedo decir una palabra áspera o tener un pensamiento cruel, sin sentir dolor ni vergüenza, entonces no conozco nada del amor del Calvario.
Si le echo en cara a alguien un pecado del cual se arrepintió, que ya confesó y abandonó, y permito que el recuerdo de aquel pecado ocupe mi mente y alimente mis sospechas, entonces no conozco nada del amor del Calvario.
Si no tengo la paciencia de mi Salvador con las almas que crecen lentamente; si casi no conozco lo que es sufrir los agudos dolores de parto, hasta que Cristo sea completamente formado en ellas, entonces no conozco nada del amor del Calvario.
Miedoso de decir la verdad
Si temo decir la verdad por miedo de perder el cariño de alguien, o porque podría creer que yo no entiendo y que estoy equivocado, o porque puede estropear mi reputación de persona amable; si mi buen nombre está antes que el máximo bienestar del otro, entonces no conozco nada del amor del Calvario.
Si me contento con curar una herida a la ligera, diciendo: paz, paz, donde no hay paz; si olvido las conmovedoras palabras: El amor sea sin fingimiento,y le quito el filo a la verdad por hablar con lisonjas, y no con rectitud, entonces no conozco nada del amor del Calvario.
Si me aferro a una opción, cualquiera que sea, sólo porque es la que a mí me gusta; si le doy cabida a mis gustos y aversiones personales, entonces no conozco nada del amor del Calvario.
Si antepongo mi propia felicidad al bienestar del trabajo que se me ha encomendado; si desmayo, aunque tenga este ministerio y haya recibido mucha misericordia, entonces no conozco nada del amor del Calvario.
Si soy blando conmigo y me deslizo cómodamente dentro del vicio de la autocompasión; si yo, por la gracia de Dios, no practico la firmeza, entonces no conozco nada del amor del Calvario.
Si no cierro la puerta en el instante en que me doy cuenta de que la sombra del yo está cruzando el umbral; y si no mantengo esa puerta cerrada mediante el poder de Aquel que produce en nosotros así el querer como el hacer, entonces no conozco nada del amor del Calvario.
Si me siento ofendido con facilidad; si me siento conforme cuando persisto en mantener una relación fría y distante, aunque sea posible entablar una amistad, entonces no conozco nada del amor del Calvario.
Si algo que me cae por sorpresa puede lograr que yo responda con una palabra intolerante y sin amor, entonces no conozco nada del amor del Calvario. Una copa llena de agua dulce no puede derramar ni una sola gota de agua amarga, aunque la sacudan de repente.
Si me resiento con aquellos que, según mi parecer, me censuran injustamente, olvidando que si me conocieran tanto como yo, me censurarían mucho más, entonces no conozco nada del amor del Calvario.
Si digo: «Sí, perdono, pero no puedo olvidar»; como si el Dios que limpia dos veces al día toda la arena de todas las playas del mundo, no pudiera llevarse esos recuerdos de mi mente, entonces no conozco nada del amor del Calvario.
Si a mi lado puede haber almas sufriendo y yo difícilmente lo noto, porque el espíritu de discernimiento no está en mí, entonces no conozco nada del amor del Calvario.
Si me reservo algo en mi entrega a Aquel que tuvo tanto amor, que dio a quien más amaba, por mí; si en mi oración existe algún «pero» secreto, o un «cualquier cosa menos eso, Señor», entonces no conozco nada del amor del Calvario.
Si me enredo en cualquier pasión desordenada; si hay cosas, lugares o personas que impiden mi obediencia al Señor, entonces no conozco nada del amor del Calvario.
Si la alabanza del hombre me enaltece y sus acusaciones me deprimen; si no puedo permanecer tranquilo sin defenderme, cuando estoy involucrado en un malentendido; si amo ser amado, más que amar, y ser servido, más que servir, entonces no conozco nada del amor del Calvario.
Si no me olvido de algo tan trivial como los logros personales, para que la idea de que yo tenga éxito nunca cruce por mi mente, o si lo hace, nunca le dé cabida ni por un instante; si la copa de la adulación espiritual me sabe dulce, entonces no conozco nada del amor del Calvario.
Si evito ser «arado», con todo lo que esto implica: una manipulación brusca, situaciones desagradables, aislamiento, pruebas extrañas, entonces no conozco nada del amor del Calvario.
Si me niego a ser un grano de trigo que cae en la tierra y muere, o sea que «es separado de todo aquello en lo que vivía antes», entonces no conozco nada del amor del Calvario.
Si pido ser librado de la prueba en lugar de pedir liberación por medio de ella, para la alabanza y la gloria de Dios; si olvido que el camino de la cruz me lleva a la cruz y no a un jardín florido; si regulo mi vida, o mi pensamiento, con base en estas pautas, incluso sin darme cuenta, y por eso me sorprende y me extraña que el camino sea escabroso, a pesar de que la Palabra dice: «No os sorprendáis...Tened por sumo gozo» (1 Pe. 4:12; Stg. 1:2-4), entonces no conozco nada del amor del Calvario.
Si no pueden pedir de mí lo máximo, mi mayor esfuerzo; si mis compañeros vacilan en pedírmelo, y acuden a otros, entonces no conozco nada del amor del Calvario.
Si ambiciono algún lugar en la tierra distinto al suelo polvoriento en la base de la Cruz, entonces no conozco nada del amor del Calvario.
Aquello que no conozco, ¡enséñamelo, oh Señor, mi Dios!
Extraído del libro Si yo...por Amy Carmichael.
Fuente: Aquí.